Aumentan los jóvenes con falta de sueño y altos niveles de azúcar en sangre

Los estudios realizados en personas que presentan falta de sueño o un sueño de mala calidad demuestran que tienen más probabilidades de enfermar. Y es debido a alteraciones que se producen en múltiples sistemas: metabólico, inmunitario, cardiovascular, etc. Además, se conoce que la falta de sueño puede afectar la velocidad de recuperación de las personas que padecen una enfermedad.

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La falta de sueño y su relación con el sistema inmune

Con relación al sistema inmune, es conocida la alteración de este sistema en personas con insomnio. Esta relación está basada en la reducción de citocinas liberadas por el sistema inmune en personas que presentan insomnio. También, se ven afectadas las células y la formación de anticuerpos. Estas son necesarias para luchar contra las infecciones disminuyendo debido a la privación de sueño. La falta de sueño a largo plazo también aumenta el riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.

Es necesario un número de horas de sueño en la mayoría de las personas para dormir adecuadamente y tener un descanso reparador. Se considera que la duración normal del sueño debe establecerse entre 7 u 8 horas al día.

El rango normal debería estar entre 7 y 8 horas al día de sueño. Los adolescentes necesitan de nueve a 10 horas de sueño. Los niños en edad escolar necesitan 10 o más horas de sueño dependiendo de la edad. Es decir, cuanto más jóvenes mayor número de horas de sueño.

Otras consecuencias de la falta de sueño

En general, la privación o falta de sueño se relaciona con la aparición de trastornos psicológicos, cognitivos y de conducta. Son conocidos los trastornos de la memoria, aprendizaje, rendimiento y alteraciones psicomotoras en personas con privación de sueño. Este tipo de situaciones han sido objeto de investigación, observándose sobre todo en personas más jóvenes y adolescentes.

La falta de sueño de forma crónica conduce a alteraciones hormonales y la producción de sustancias que alteran el sistema cardiovascular, además, existen otras alteraciones como el sobrepeso, obesidad, hipertensión, diabetes e hiperlipemia. De hecho, en estudios realizados en la población se ha demostrado que la privación o falta de sueño puede ocasionar problemas cardiovasculares graves. Por tanto, el riesgo de padecer trastornos cardiovasculares y cerebrovasculares aumenta de forma considerable.

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Cuál es la relación entre la falta de sueño y la mala alimentación

Las personas que sufren una falta constante de sueño o tienen sueño de mala calidad presentan una respuesta alterada frente a los alimentos. Esto es que ingieren una mayor cantidad de alimentos ricos en grasas e hidratos de carbono (sobre todo alimentos dulces).

Este fenómeno está siendo estudiado y existen publicaciones que intentan explicar cuáles son los procesos que originan este fenómeno. En una publicación de hace unos años se demostraba y se confirmaba que la privación de sueño influye a nivel cerebral sobre nuestros deseos de alimentación.

Se demostraba que la falta de sueño aumentaba de forma importante el deseo de comer alimentos “basura”. Es decir, alimentos poco saludables cuando la persona presentaba falta de sueño.

Ciertos centros de control a nivel cerebral (ínsula, circunvolución temporal, parietal, frontal, etc.) alteran la respuesta frente a los alimentos y aparece el deseo de consumir alimentos ricos en azúcar, salados y con gran contenido en grasas.

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Relación entre la falta de sueño y la obesidad

Este fenómeno estudiado proporciona un modelo de mecanismos neuronales que relacionan la falta de sueño con la obesidad. La privación del sueño disminuye significativamente la actividad en la región frontal y la ínsula del cerebro cuando la persona está eligiendo qué alimento desea. Y, del mismo modo, existe un cambio de la actividad en otras regiones cerebrales. Las regiones cerebrales como el lóbulo frontal que controlan el juicio y las decisiones complejas tienen una actividad reducida por la falta de sueño.

Por otra parte, otras estructuras cerebrales que regulan el deseo, presentan una actividad amplificada. Ese cambio de actividad de las diferentes regiones cerebrales en personas que sufren privación de sueño relaciona la falta de sueño con el aumento de peso y masa corporal.

Investigaciones

En una investigación realizada recientemente se ha comprobado que la falta de sueño aumenta el riesgo de obesidad y otras enfermedades cardiometabólicas, debido a los peores hábitos alimenticios de adolescentes que duermen poco.

Los resultados del estudio indican que los adolescentes que presentaban falta de sueño consumían alimentos ricos en azúcares, aumentando de forma rápida los niveles glucémicos.

Los participantes del estudio ingerían más carbohidratos y bebidas azucaradas. Se observó que la ingesta de frutas y verduras se había reducido.

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Obesidad infantil: epidemia mundial

Los investigadores recuerdan que la obesidad en los niños es una auténtica epidemia. Por lo que las principales estrategias para abordar este problema deben ser la dieta y el ejercicio. Pero, como hemos comprobado, dormir bien o dormir lo suficiente influye también de forma importante y ayuda a mantener el peso.

Los horarios de colegios junto con las actividades extraescolares obligan a los niños a comer a veces a destiempo y tener unos hábitos inadecuados de dormir que pueden influir sobre la salud. Sabemos que una privación de sueño puede provocar intolerancia a la glucosa y aumento a la resistencia a la insulina.

La diabetes y la obesidad está aumentando de forma importante en todo el mundo. Además, la restricción de sueño sugiere que está en relación con un aumento del peso, un mayor riesgo de diabetes y la posible aparición de obesidad. Es por ello que estos efectos pueden estar en relación con un aumento del apetito o una alteración del control sobre el apetito, una alteración del metabolismo de la glucosa y una disminución del gasto energético.

Referencias
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• Greer, S. M., Goldstein, A. N., & Walker, M. P. (2013). The impact of sleep deprivation on food desire in the human brain. Nature communications, 4(1), 1-7.

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